El flash de la cámara transformaba a Thomas en una persona completa y segura, llevándose un poco más de él cada vez que se apagaba, quedando abandonado con sus pensamientos que se volvían insoportables y sustancias ilícitas que servían para acallarlos.
Tropezar en la vida de Robert, tan terrenal y ajeno a su vida de celebridad, había estabilizado su mundo, aferrándolo a una felicidad que tenía los días contados.
Era lo suficientemente inteligente como para saber que lo mejor era tomar caminos separados, pero el egoísmo de sentirse querido era más grande que cualquier pensamiento racional que pudiera apaciguar con un par de gramos.