Tragedia, oscuridad, misterio y desgracia, todos juntos causales de un cambio de trescientos sesenta grados para las vidas de los hermanos Kingston, ocasionando que la relación entre el trío de hermanos se fracture a un alto grado, cada uno de ellos eligiendo formas diferentes de llevar el duelo.
Ashton, el mayor, se encerró en su dura cabeza estando solo al pendiente del gimnasio, de su cuerpo y de salir a acostarse con cuanta persona se le presente, Astrid, la del medio, se cubrió en sus libros y redes sociales, escapando casi por completo de su realidad con una máscara de sonrisa eterna sobre su cara junto con una personalidad frívola, y Brandon, el menor, decidió ocultarse detrás de sus audífonos, los cuales rara vez abandonan sus oídos además de aislarse de todo tipo de relación con nadie.
Tres meses después de la tragedia, el testamento del padre de los chicos sale a la luz, pidiendo (casi ordenando) que sus hijos ocupen la antigua casa familiar, muy lejos de su ciudad natal.
Llevados y acompañados por su tía materna, Kayla, los hermanos Kingston ahora enfrentarán un lugar enorme, nuevo y desconocido en un pueblo en el que su apellido tiene más poder del que alguna vez imaginaron.
Sin embargo, su nuevo hogar alberga oscuros secretos, aventuras nuevas y peligrosas junto a personas y criaturas que harán hasta lo imposible por apoderarse del mayor secreto que la Mansión Kingston alberga.
Ashton, Astrid y Brandon deberán aprender a luchar para proteger lo que ahora es su territorio y hogar de quienes lo desean.
De lo que tampoco saben, es sobre la maldición que hay sobre ellos, la que evita que liberen sus auténticos potenciales.
Una extraña obsesión.
No supo cuando ni como empezó, era extraño que cada vez que lo veía sus instintos se ponía a flor de piel.
Su nombre era Daenerys Targeryen, y su vida había estado marcada por una obsesión silenciosa pero profunda: Jacaerys Velaryon.
Pero, como las olas que golpeaban la orilla, su obsesión se estrellaba contra la dura realidad de que Jacaerys parecía tan distante e inaccesible como el horizonte mismo.