En su niñez y adolescencia, Erin resaltó, como la flor que ella más ama «la orquídea», entre sus compañeros del ballet. Se posicionó como la mejor, siendo la bailarina principal de la academia.
Pero el arte es un mundo lleno de envidia y una mala broma de parte de una compañera hizo que las hermosas alas de Erin fuesen cortadas al impedirle volver a bailar.
Su carrera profesional murió y con ella parte de su alma, algo que Joseph, su novio, no aceptaría, pues su adorada orquídea no podía su característico color «malva», tierno y amoroso, por la misera que viven los demás.
Así pues, él se dispuso a hacer miles de opciones para hacerla volver y como último recurso le construyó un jardín, así como a ella tenía en su casa familiar en el campo. Emocionado, trató muchas veces hacerle ver que su corazón y su pasión estaría reflejado en su jardín, pero al tiempo se rindió y perdió un poco la fé en que sus acciones valdrían de algo.
Hasta aquel día, donde la encontró paseando y admirando sus flores, acariciando y cuidando de cual obra de arte, sobretodo de sus favoritas, recobrando así el espíritu perdido entre la tristeza de un adiós definitivo a su sueño dorado. Poco a poco recuperó su alegría, la emoción de la simpleza y el amor tan grande por el cual Joseph se sintió motivado a no permitir ver su luz perderse entre la oscuridad, cuando su destino es seguir iluminando con su tenue color «malva» en el mundo de las emociones tristes y las almas rotas.
"Todo fue tan espontáneo, tan natural, que ha ninguno de los dos nos pareció raro que, de pronto, mi mano estuviera en su mano y que nos miraramos a los ojos como dos tontos."
_Mario Benedetti