No hay algo más seductor que el poder. Al principio te da pequeñas muestras de lo que puedes hacer con él. Con sus suaves caricias te va demostrando que no es tan malo como todos dicen. Te deleita con la aparente libertad que te brinda y cuando menos te lo esperas, esas ocasionales dosis de poder no son suficientes para satisfacer tu adicción por él. Pero hay un detalle que se suele pasar por alto y es que el poder no es un compañero o un amigo, más bien es un tablero de ajedrez sobre el que todo el mundo está jugando, tratando de ganar. Pero este no es un juego cualquiera. En él todo está permitido. No hay reglas, solo una meta. Y nunca hay un ganador absoluto, siempre se puede aspirar a quitarle el puesto al rey.
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