En este reino dominado por la sed de sangre, y la pasión por la guerra, no había espacio alguno para que el romance sucediera. Era bastante inaudito que la Bruja del Este hubiese conjurado una maldición tan errónea: ¿cómo era posible que el príncipe heredero, destinado a continuar los deseos de sus ancestros, tuviese que pasar toda una eternidad en busca de su media naranja? Y por si fuera poco, mientras el tiempo transcurriera sin todavía hallar a esa persona, su salud y cordura empeorarían cada vez más. Resultaba muy difícil encontrar el alma que los dioses habían elegido para él, sobre todo teniendo en cuenta esa imagen tan mala que tenía como un amante déspota de la batalla. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de darse por vencido, se dio de bruces con los ojos más brillantes del universo, pertenecientes al esclavo que el ejército enemigo protegía y el cual decía ser capaz de sanar todos los pecados del mundo, incluso aquellos que hacían sufrir a los corazones más fríos.