Habían pasado ya casi dos años. Recordaba; la fecha, el día, la hora, el lugar y momento exacto en el que sus ojos se clavaron en ella. Desde aquella noche, desde aquel mismo momento en el que sus miradas se cruzaron, Abel fue incapaz de conciliar el sueño. Cuando no eran las pesadillas, eran los ojos de aquella misteriosa mujer los que le envolvían en una angustiosa sensación de abandono y soledad. Estaba cansado. Derrotado mentalmente, pero eso no le hacía más vulnerable. Seguía siendo respetado entre sus filas. El guerrero arconte a quien todos temían. Sus técnicas de lucha no tenían cabida en otro ser. No había nadie como él, pero si seguía así, pasaría de ser Abel el Destructor a ser un maldito paranoico incapaz de poder llevar ni tan siquiera, las riendas de su propia existencia. «Una guerra en ciernes. Una raza que nunca debió existir y un amor imposible»