Cuando María comenzó a leer y escribir, heredó un peculiar cuaderno gris. Había pasado de generación en generación y era su turno que pasara por sus manos. El cuaderno, regordete, estaba dividido en secciones de sus antecesoras. Cada una tuvo una historia que anotar en sus páginas. Era el turno de María de vivir aquellas historias y, quizás, si el tiempo la dejase, registrar las suyas.