Asheroth: Un Pueblo Maldito. #2 +21

En un pueblo sin nombre, donde las sombras danzaban con más fervor que la luz, la vida transcurría en un murmullo de miedo. Cada noche, al filo de la medianoche, un velo de sangre cubría las calles, un misterio que nadie se atrevía a desentrañar.

Tuve que hacerle caso a mi tío cuando, con voz grave, me dijo: "Adara, no salgas después de las doce". Hay un mal que rodea este pueblo, un mal antiguo y hambriento.

Pero la curiosidad es una llama difícil de apagar. Esa noche, la luna llena me llamaba, y el misterio del pueblo me susurraba promesas de secretos por descubrir. No le hice caso a mi tío.

El aire de la noche era frío y denso, cargado con un aroma metálico. Mis pies pisaron algo húmedo y oscuro. Era sangre fresca. Y no era la primera vez que la veía.

Entonces, lo vi.

Amön: Una figura emergió de las sombras, con una belleza tan perfecta que parecía irreal. Sus ojos brillaban con una luz propia, una invitación a un abismo del que no se podía regresar.

Azrael: Una voz melodiosa, como un canto de sirena, llenó el silencio de la noche. Era el segundo de ellos, cuyas palabras tejían hechizos y promesas vacías, atrayendo a cualquiera que osara escuchar.

Y luego, Anteros: Su rostro, enmarcado por una inocencia que engañaba al alma, ocultaba una oscuridad tan profunda como la noche misma. Parecía un ángel, pero sus ojos guardaban secretos milenarios.

Los tres. Los hijos de la oscuridad, los portadores de Asheroth. Delante de su maldad, yo, que creía conocer la oscuridad, me sentía como un simple angelito.

Sus miradas se clavaron en mí, un lazo invisible que me arrastró hacia su abismo. Sentí un frío que no era de esta tierra, una llamada que resonaba en lo más profundo de mi ser.

Soy parte de ellos, una sombra más en la noche eterna de Asheroth. Y ahora, espero la medianoche, no para huir, sino para buscar a los curiosos que, como yo, se atrevan a desafiar la oscuridad.