LA VIDA QUE ROBASTE │Nuevo cap. cada viernes

Desde que me mudé sola al complejo de departamentos hace dos años (Justo al recibirme y empezar a trabajar como psicóloga) me di cuenta que me faltó algo toda mi vida y lo conseguí: Paz, tranquilidad y soledad. O bueno, soledad a medias, porque ningún hombre duerme conmigo; me levanto y desayuno sola (como ley de vida), salvo Rocky. Esa mañana, como todas al despertarme, desbloqueo el celular para ver mis notificaciones. Pero esa vez, veo 15 llamadas perdidas y más de 250 mensajes en el grupo de whatsapp de los vecinos.
-No, no puede ser.- Busco la llave y salgo corriendo.
-¿ESTO ES UNA BROMA, NO?- grito. Empujo a la multitud para llegar al centro. El corazón se me acelera, y me empieza a doler. Demasiado. Tengo que arrodillarme en el barro porque siento que me estremezco.
-¿QUIÉN FUE? ¿ALGUIEN VIO ALGO?-. exijo a todos mis espectadores mientras la voz se me quiebra y las lágrimas saltan.
¿Quién sería tan enfermo de hacer semejante atrocidad? Una cruz de madera mal hecha, hundida en el barro y pasto mojado de manera manual y desalineada, mi perro colgado con sus patitas de arriba atadas en cada punta y la cabeza colgando. No soporto verlo, no puedo ni acercarme. Me levanto y me dirijo a mi departamento. Necesito estar sola y pensar. Un vecino me agarra de los brazos para acompañarme a mi departamento y aunque me habla no escucho nada. ¿Qué mente tan desquiciada podría disfrutar este acto de maltrato y congraciarse con el sufrimiento ajeno? Empiezo a temblar, no es de frío sino de ansiedad. La garganta me pica y me empiezo a reír. Me río a carcajadas. Javi, el vecino, me mira desconcertado, no sabe qué hacer. Entre risas le digo casi gritando
-PUDO SER CUALQUIERA DE MIS PACIENTES-. Y ni alcanzar a terminar esa frase, me desvanezco en el suelo.