Sobre las calles adoquinadas de Arlés, donde las madrugadas parecen no terminar, Vincent despierta cada mañana en su pequeño departamento con la sensación de haber sido testigo de un crimen propio: sus manos están sucias, llenas de recuerdos que no reconoce y un pecho que arde como si alguien hubiera dejado una marca imborrable allí. Cada sueño lo devuelve a ese instante confuso, entre la luz mortecina y la soledad absoluta de un acto final que no comprende, pero que su mente insiste en repetir.
Lucha contra la soledad y un cansancio que ni el sueño logra aliviar, pero tras despertar, ve que todo sigue igual: su cama fría, su hogar silencioso y un mundo igual de gris.
Arrastrado por la obligación de existir, llega a su entrevista en la Galerie Beaumont - Murmures d'Hiver, un espacio pequeño y cálido donde el arte sigue siendo exhibido. Allí conoce a Louisa, cuya presencia le evoca a su abuela; una mujer quien lucha por mantenerse frente a una galería más contemporánea, ubicada al otro lado de la calle.
Ese mismo día, enviado a "espiar a la competencia", observa a Paul, un joven inquietante y magnético, quien tiene la capacidad de descifrarlo antes de que diga una palabra. Su mirada lo atraviesa; parece albergar secretos, como si hubiera esperado por él una eternidad.
Entre los recuerdos, los inviernos fríos y una mente al borde del colapso, Vincent queda atrapado en medio de su oscuridad habitual y esta presencia que lo observa desde enfrente. La novela explora las memorias y un reencuentro más allá del tiempo. Al tener oportunidad de salvación, solo queda hacerse una pregunta:
¿Qué ocurre cuando quien vio apagarse tu vida en otro tiempo vuelve para impedir la tragedia?
Hanna Elowen tenía una vida que se movía tan rápido como ella: tochito bandera, jugadas perfectas, adrenalina pura y un futuro brillante corriendo a su lado.
Hasta que una lesión- inesperada, cruel- la detuvo de golpe.
Ahora su mundo es más pequeño.
Una silla de ruedas, muletas, una gata emperatriz llamada Nieve, maratones de Harry Potter y la sensación constante de que todo lo que fue... quedó demasiado lejos.
Ella ya no corre.
Ya no compite.
A veces, ni siquiera se atreve a sentir.
Hasta que suena el teléfono.
Es su tío Steve: Head Coach de los New England Kings, fuerza de la naturaleza, experto en gritar, llorar y amar con la misma intensidad.
Y tiene una propuesta imposible: mudarse a Nueva Inglaterra para ser su asistente.
Hanna no está lista para estadios, ni para jugadores gigantes, ni para madrugadas a las cinco de la mañana.
Pero tampoco está lista para seguir rota.
Así que acepta.
Lo que no esperaba era él.
Noah Blackford.
Quarterback estrella.
Favorito de la prensa.
La sonrisa más peligrosa de la AFC.
Y una mirada tan suave que desarma cada una de las paredes que Hanna construyó alrededor de su dolor.
Noah la ve.
Incluso cuando ella misma no sabe cómo hacerlo.
La acompaña, la cuida sin invadir, la escucha cuando su voz tiembla y le recuerda -sin decirlo- que su vida no terminó en esa cancha.
Entre sesiones tácticas, sillas de ruedas que chocan con casilleros, jerseys mal doblados, caídas torpes, atajos emocionales y un quarterback que huele a lluvia y seguridad...
Hanna empieza a descubrir algo que había olvidado: Que aún tiene corazón.
Y late fuerte.
Pero enamorarse nunca fue parte del plan.
Y sanar tampoco.
Eso es lo hermoso -y lo aterrador- de un verdadero fumble: a veces perder la jugada te lleva directo a aquello que nunca supiste que necesitabas.
Con o sin casco.
Con o sin miedo.
Con una mano temblando sobre la rodillera y otra aferrada a un quarterback que la mira como si fuera magia.