Las campanas del pueblo comenzaron a sonar, al tocar la campanada número 12 el reloj se detuvo. Los habitantes del poblado se asomaban desde sus viviendas confundidos, pues era sabido que el campanario estaba poseído por un demonio burlón y recitaba campanadas hasta enloquecer a cada uno de sus habitantes. El silencio invadía el valle y una extraña paz cubría las calles. Finalmente, algunos ciudadanos decidieron trepar la torre hasta la campana para averiguar lo que sucedía. Al llegar a la cima; el incandescente sol llenaba la habitación a través del gran ventanal, a un lado; la imponente campana cubierta de polvo lucía inmóvil, y sobre el rechinante piso de madera yacía tendido el diablo, con la cuerda de la campana enredada en el cuello, su mirada saltona y la lengua fuera de su boca.