En un pequeño pueblo en los confines de Venezuela estaba por celebrarse una aclamada fiesta. A aquel pueblo lo llamaban Río Bravo, conocido por el colorido de sus calles y el dulzor de su cacao. La fiesta rendiría honor a sus años de fundación y los vivarachos riobravences celebrarían con bailes, dulces criollos, bengalas y aguardientes. Pero no esperaban los riobravences, que un escalofriante suceso los haría correr como dementes.
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