Vivir el resto de tu vida en un pueblo donde las miradas indiscretas y los comentarios prejuicios te persiguen a diario, se siente bastante parecido a vivir en un infierno, del que Zenda escapó para convertirse en uno propio en Nueva York. La vida de Eros era lo más cercana a perfecta, hasta que fue condenado a conocer aquel pequeño y alocado infierno, en el que se fundió con sus llamas tanto que luego el exilio fue lo que representó su verdadera condena.