- ¿Sabes cuál es tu mayor debilidad?
En ese momento deje de dibujar para mirarla a los ojos. En ellos no transmitía ni una pisca de amor o cariño, solo frialdad y vacío.
- No, no lo sé - Respondí dejando de mirarla para enfocarme en la pared blanca que estaba atrás de ella.
- Que no tienes a nadie que te quiera
- ¡Mentira! Solo estás celosa que yo tenga más atención. - grite de desesperación, no podía volver a caer en su juego.
- Déjate de tonterías, solo piénsalo, eres muy buena haciéndolo.
No, no de nuevo. Ese sentimiento que siempre me hace dudar, no puedo creer en las palabras de ella, solo quiere hacerme daño. Agarrando mi cabeza me convencía a mí misma que lo que dijo no era cierto. No puede serlo.
- ¿Por qué no puede serlo, cielo?
- ¡No! No me vas a ganar esta vez.
- Yo creo que sí.
- Déjame, por favor. No puedo más de las lágrimas y dolores de cabeza. Necesito que te vayas, déjame ser feliz.
- Pero, cielo, yo soy tu.
Tenía razón, no puedo pelear conmigo misma.
Deje que me convenciera, pero una extraña sensación de cansancio me invadió. Mis parpados no podían seguir abiertos, así que deje que se cierren sin antes notar unas gotas de sangre en el piso.