- ¿Sabes cuál es tu mayor debilidad?
En ese momento deje de dibujar para mirarla a los ojos. En ellos no transmitía ni una pisca de amor o cariño, solo frialdad y vacío.
- No, no lo sé - Respondí dejando de mirarla para enfocarme en la pared blanca que estaba atrás de ella.
- Que no tienes a nadie que te quiera
- ¡Mentira! Solo estás celosa que yo tenga más atención. - grite de desesperación, no podía volver a caer en su juego.
- Déjate de tonterías, solo piénsalo, eres muy buena haciéndolo.
No, no de nuevo. Ese sentimiento que siempre me hace dudar, no puedo creer en las palabras de ella, solo quiere hacerme daño. Agarrando mi cabeza me convencía a mí misma que lo que dijo no era cierto. No puede serlo.
- ¿Por qué no puede serlo, cielo?
- ¡No! No me vas a ganar esta vez.
- Yo creo que sí.
- Déjame, por favor. No puedo más de las lágrimas y dolores de cabeza. Necesito que te vayas, déjame ser feliz.
- Pero, cielo, yo soy tu.
Tenía razón, no puedo pelear conmigo misma.
Deje que me convenciera, pero una extraña sensación de cansancio me invadió. Mis parpados no podían seguir abiertos, así que deje que se cierren sin antes notar unas gotas de sangre en el piso.
"Siempre habrán ángeles en el infierno y tentaciones en el paraíso."
Polos opuestos, llamados por el destino.
Zehra una mujer con cara angelical, aura de diosa, cuerpo de infarto que irradia elegancia y clase por donde quiera que vaya.
La vida de Zehra no era para nada diferente a las demás, no hasta que lo conoció a él. A un hombre sombrío, sin escrúpulos, arrogante, y narcisista. Su vida dio un giro de 360 grados, cuando después de una larga y temerosa noche se despertó en un lugar completamente desconocido para ella.
Entonces la acción inició. Su vida ya no era aburrida, porque el peligro, los problemas, y los deseos explícitos yacían parte de ella. Aquel hombre la sedujo, el se hizo adicto a ella, la hizo su sumisa, su mujer, y la reina de su gran imperio.