Iremos, yo, tus ojos y yo, mientras descansas, bajo los tersos párpados vacíos a cazar puentes, puentes como liebres, por los campos del tiempo que vivimos. Pedro Salinas.
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Había oído mencionar su nombre, pero la primera vez que la vi fue un rato antes de subir al vapor de la carrera. Mis viejos y mis hermanas habían venido a despedirme y estaban algo conmovidos, no porque viajara a Buenos Aires a pasar una semana con mis primos sino porque a mis dieciséis años nunca había ido solo «al extranjero».
Ella también estaba en la dársena pero en otro grupo, creo que con su madre y con su abuela. Entonces mamá le dijo discretamente a mi hermana mayor: «Qué linda se ha puesto la hija de Eugenia Carrasco, pensar que hace dos años era sólo una gurisa». Mamá tenía razón: yo no podía saber como lucía dos años atrás la hija de Eugenia, pero ahora en cambio era una maravilla. Delgada, con el pelo rojizo sujeto en la nuca con un moño, tenía unos rasgos delica
Tercer libro de la serie amores de la mafia [EN PROCESO]
Crecer como la hija de uno de los capos de Italia solo tiene una ventaja -tener un matrimonio asegurado-, y para mí no es una ventaja porque tener matrimonios concertados solo te convierte en la esclava sexual y fábrica de bebe. Cosa que me niego rotundamente a ser.
Pero vivir en una ciudad donde tu padre tiene ojos en cada esquina y miles de voces que le informan las cosas antes de que pueda suceder es una tortura y esa tortura me llevo a contraer matrimonio con él, Alessandro Lucchese.
Esta es una historia que me pertenece en su totalidad. No permito ni acepto copias, adaptaciones, reproducciones, transcribir o trasmitir por cualquier medio físico o mecánico sin mi consentimiento.