Empujé al chico que me rodeaba con sus brazos y repartía besos desde mi cuello a mi clavícula. Lo alejé de mí, me observó atento y se burló, solía hacerlo muy seguido después que conocí esa parte obsesiva de él.
- ¡Eres un monstruo! - grité enojada, apreté los puños y los lancé hacía atrás. Las lágrimas empaparon mi rojizo rostro y me sentí tan desconsolada, tan impotente.
Su sonrisa burlona se amplió mucho más, soltó una carcajada y se cubrió con una mano la mitad de su cara y, aún con la cara tapada, fijó su ojo dilatado sobre mí; lleno de maldad, tentación y posesión.
- ¿Crees que soy el monstruo? - cuestionó seco y burlesco. Temblé del miedo por su actitud - El verdadero monstruo está detrás de ti, Kimberly.
Al girarme con pavor, encontré aquella mirada morbosa y chantajista, divirtiéndose por la escena. Ambos se miraron entre sí con complicidad y supe, en ese mismo momento, que no era la única víctima y un monstruo feroz nos controlaba.