La cultura popular ha convertido la figura de Frankenstein en un mito moderno. Para muchos, Frankenstein es un ser gigantesco y tosco, que camina lentamente con los brazos extendidos, tiene la cabeza chata y tornillos en el cuello. En gran parte, esa imagen surge de la película de James Whale, filmada en 1931, en la que Boris Karloff encarnaba al monstruo. Sin embargo, el nombre de Frankenstein pertenece al científico empeñado en crear vida y que, a través de sus experimentos, se sumerge en una de las más aterradoras pesadillas que nos haya presentado la literatura.
Se ha señalado que Mary Shelley, al escribir esta novela cuando aún no tenía veinte años, inventó la ciencia ficción, un género que Isaac Asimov define acertadamente como "la rama de la literatura que trata sobre la respuestas humanas a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología". Y Frankenstein, entre otras cosas, propone que la creación artificial de vida implica un cambio drástico desde el punto de vista de la ciencia... ¿Qué se hará con la nueva criatura? ¿Cuál es el valor de la vida y de la muerte a partir de ese momento? Estas preguntas nos siguen inquietando hoy tanto como lo hicieron hace dos siglos, en el momento en que se publicó la novela.