Desde que sus ojos se posaron en él, notó que había algo diferente, único. La manera en la que caminaba, en la que miraba y sonreía, cada uno de sus gestos era elegante, suave, con significado; eran demasiado perfectos como si fuera una repetición de algo que se había ensayado y meditado con anterioridad. Su sola presencia era un misterio, una encrucijada oculta con respuestas todavía más ocultas. Y Sherlock adoraba los misterios difíciles de resolver.