Amanda era una chica tranquila, con una buena vida, buenos amigos, una familia que la quiere, una de las mejores estudiantes de su colegio, incluso una de las mejores cantantes de su club de canto. Su vida era perfecta, no había nada que le faltara, o eso pensaba. Porque había algo que ella no tenía. Amor.
Tampoco es que ella lo estuviera buscando, precisamente no estaba sus planes enamorarse, decía que era una pérdida de tiempo, y que nunca se iba a enamorar. Claro, solo era una chica que lo único que quería era tener su vida resuelta, pero, todo eso cambio el día que empezó a tener más cercanía con él.
Robert o Reggie como solían llamarlo, era un chico hiperactivo, curioso de todo lo que le rodeaba. Bueno en los estudios, en dibujos sobretodo en la filosofía, podría decirte algo de la vida mientras te dibuja alguna escena de lo que quieras. Se podría decir que era perfecto, salvo un pequeño detalle que todo el mundo sabía de él.
Su adición a las drogas, da igual si fuera de menor o de mayor medida, pero siempre terminaba consumiendo. Pensaras que lo hace porque sufre o tiene una vida de mierda, pero no es así. Él lo hacía porque le gustaba, le hacía sentir vivo, le hacía estar fuera de todo el mundo que le rodeaba, olvidarse de todo y perderse en si mismo.
Amanda y Robert, dos personas totalmente opuestas, tan diferentes, cada uno con su propia manera de ver la felicidad. Quien diría que por una tontería llegarían a conocerse mejor, ver los defectos de cada uno, sus gustos, sus miedos.
"La felicidad es como el océano, tan inmenso, pero a la vez tan misterioso que muy pocos llegan a descubrirlo"