Angélique.

Todo el mundo me decía que era el malo. Todo el mundo estaba en contra de lo nuestro. Todo el mundo sabía que rompería mi corazón.

Pero ¿cómo podía algo tan malo hacerme sentir tan bien?

Besarlo era como invocar el fuego del mismísimo infierno, un ardor abrasador que encendía mis labios y me sumergía en un torbellino de estrellas resplandecientes, eclipsando la serenidad del cielo azul.

¿Era un pecado? Tal vez. Pero estaba dispuesta a soportar todo el dolor que conllevaba amarlo, incluso si eso significaba arder en el mismo infierno a su lado. Estaba preparada para desencadenar una serie de eventos que amenazarían con desestabilizar todo lo que mi padre había construido. Dispuesta a cruzar la línea que se había mantenido intacta por décadas, a desafiar el destino mismo por él.