Un chico peliblanco caminaba sin rumbo por las calles de la ciudad más famosa del mundo, la ciudad de Orario. Unos ojos rojos carmesí que perdieron total brillo, dejándolo en un color mate. En su boca se formaba un arco hacia abajo, demostrando una expresión de total tristeza. Su espalda se arqueaba hacia abajo y sus brazos colgaban sin fuerzas.
-Kami-sama...
Era lo único que la voz sin fuerzas del chico podía pronunciar sin perder los estribos. Las ganas de llorar se acumulaban en el fondo de su corazón cada vez que pronunciaba algo.
-¿A dónde fuiste?
Sus ojos comenzaron a soltar lágrimas sin parar, una tras otra, como si flechas disparadas a toda velocidad salieran del arco del mejor arquero de la ciudad.
La gente que está alrededor de él solo murmuraba al ver el mal estado en el que estaba el peliblanco.
Su chaqueta estaba totalmente sucia y rasguñada. Su cabello tenía tierra totalmente seca y adherida al mismo, su cara pasaba por lo mismo. Su cuerpo desprendía un olor a sudor muy fuerte. Nadie podía creer como aquel aventurero, el que daba esperanza y orgullo a niños y adultos, tan demacrado.
-¡Vuelve, Kami-sama!
Soltó un grito de dolor horrible, haciendo estremecer a todos ahí. Sus rodillas cayeron hacia el suelo y su cabeza miró hacia el cielo.
-Por lo menos... llévame... contigo...
Fue lo último que pronunció antes de caer totalmente desmayado hacia el suelo.
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Donde Julieta, sin querer, cae ante el argentino chamuyero