Mis pies, acostumbrados a la temperatura de mi cama, rozan el helado
suelo de madera de mi habitación, antes de poder incorporar todo mi
cuerpo. Al levantarme, noto cómo una gota de sudor recorre el camino de mis
vertebras, desde la nuca hasta la mitad de mi espalda, donde se
traslada a mi camiseta. Escucho con más claridad la velocidad a la
que mi corazón bombea litros y litros de sangre, y lo irregular que
es mi respiración causada por la angustia.
Pesadillas.
Sueños sobrecogedores de los que no puedo escapar. Recuerdo más de
una noche en la que no me haya rendido ante el sueño por temor a que
se volvieran a meter en mi cabeza. Dicen que el miedo es, como el
amor, la sensación más difícil de olvidar que existe, y esto de
romántico no tiene nada.
Siempre es la misma. Me la sé de memoria, igual de bien como un adolescente
se puede saber la letra de su canción favorita, pero cuanto más
pienso en ella, más me aterroriza.
Todo empieza en el baño de mi casa. Dispuesta a darme una ducha, bien
temprano, me desvisto y me meto en la bañera. Aunque no sé en qué
fechas del año me encuentro, me imagino que se acerca el invierno,
ya que los espejos de la habitación siempre se empañan por el calor
que desprende el agua. Casi como si fuese al ritmo de la música, me
ducho, y al acabar, extiendo una alfombra en el suelo y dejo la
huella de mis pies mojados en ella. Me agacho, y con una toalla
envuelvo mi cabeza, olvidándome de un mechón de pelo color castaño,
que tapa mi ojo izquierdo. Al pensar en ello durante un instante me
sorprendo.
"¿Marrón chocolate? ¿Desde cuando mi pelo es de ese color?"
Rápidamente, me giro hacia el espejo y deslizo mi mano delicadamente sobre él
para poder ver mi rostro entre todo ese vaho. Sin embargo, la imagen
que puedo percibir entre las cuatro rayas que han trazado mis dedos
hace que mi débil corazón se estremezca, que la tez de mi piel se
vuelva mas pálida y las rodillas me tiemblen.
Continuará...
El pueblo de Wilson es tranquilo, regido por sus costumbres y creencias religiosas muy estrictas, donde Leigh ha crecido, siguiendo cada regla y pauta como se le ha indicado. Un pueblo donde no se recibe con mucha gracia a los recién llegados así que cuando Los Steins se mudan a su lado, Leigh no puede evitar sentir curiosidad.
Los Steins son adinerados, misteriosos y muy elegantes. Lucen como el retrato perfecto de una familia, pero ¿Lo son? ¿Qué se esconde detrás de tanta perfección? Y cuando la muerte comienza a merodear el pueblo, todos no pueden evitar preguntarse si tiene algo que ver con los nuevos miembros de la comunidad.
Leigh es la única que puede indagar para descubrir la verdad, ella es la única que puede acercarse al hijo mayor de la familia, el infame, arrogante, y frío Heist.