Nadie en la secundaria se acercó nunca a Elizabeth, se la pasaba sola, alejando a todos, nadie sabía nada de ella ni porqué lo hacía ni porque ocultaba sus manos con aquellos finos guantes blancos, su mera existencia parecía una construcción de un mundo que no es el nuestro aunque, aquellos que miraban sus ojos cuando no andaba cabizbaja podían ver cierta bondad en una de las maneras más desesperadas en que una persona puede pedir auxilio, un auxilio de sí misma.