JongHyun estacionó el auto junto a uno rojo y uno blanco. Quitó las llaves, se bajó con su mochila en la mano y me ayudó a mi luego a bajarme. Cerró la puerta y cerró el auto para luego volver a tomarme la mano. Me coloqué mi mochila en un hombro y, antes de comenzar a caminar hacía la entrada me detuvo y me miró fijamente.
—Yo te estaré mirando cuando no esté contigo, aunque tú no me puedas ver, ¿vale? No dejaré que nadie te moleste, estaré cerca de ti.
—JongHyun…
Quise protestar, pero con su expresión dura, ojos firmes y la mandíbula apretada supe que era mejor no hacerlo.
—Bien… Agg, gracias…
—No hay por qué —me sonrió y comenzó a caminar sin soltarme la mano y manteniendo nuestros dedos firmemente unidos.
A medida que nos acercábamos hacía la entrada, las personas se nos quedaban mirando. Algunos murmurando a las personas a su lado y solo mirando completamente impresionados, porque, claro, ¿cuándo se habrán imaginado a mi caminando de la mano con un chico? Nunca.
La incomodidad comenzaba a aparecer en mi rostro, mientras disimuladamente intentaba soltar el agarre de los dedos de JongHyun sobre los míos. Él no me dejó.
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Dos personas, un amor, una historia, un final.
Abbie tiene un problema y la solución está en la puerta de al lado.
¡Ella no ha hecho nada malo! Sin embargo, su excompañera de hermandad la ha puesto en un aprieto en donde su futuro universitario pende de un hilo.
Con el tiempo corriendo, pánico y una mejor amiga experta en dar soluciones, Abbie explora las opciones, pero no tarda en darse cuenta de que Damiano, el frío jugador de hockey y su ceñudo compañero de piso, es la respuesta.