Lillian se despertó.
Olía a tierra húmeda, a podrido, a madera mojada. Cuando abrió los ojos no veía nada, al principio todo estaba oscuro, pero sus ojos se acostumbraron. Reconoció las betas de madera color nogal a unos pocos centímetros de su cara.
No recordaba nada, sólo su nombre, pero estaba claro que no debería estar ahí, en un ataúd bajo tierra. Respiró de nuevo, más profundo, detectando más matices; todos olores desagradables y fuertes, almidón, químicos y ... ¿orín?
Era evidente, ése no era su lugar, estaba viva, ¿la habían enterrado viva? Ella no tenía presente haber muerto, no recordaba nada. La necesidad imperiosa de salir arrasó todo pensamiento. Sin tener en cuenta su integridad física pataleó, arañó, empujó pero la madera no se desplazó. Paró tras muchos intentos; las manos y las rodillas despellejadas y apenas había hecho un arañazo en la madera.
...