Sin espacio de dudas ejercer lo que nos apasiona es una de las más exquisitas ganancias en esta vida -y algo bastante presumible, se debe reconocer-. Después de mucho tiempo de estudio, de sacrificios y de esfuerzos invertidos, la respuesta natural sería disfrutar de un empleo bien remunerado donde podamos cumplir nuestras metas profesionales y morales. Infortunadamente, no es el caso del insulso doctor de Gwangju, quien ejerce su puesto habitualmente con una sonrisa vacía. Estudiar el cerebro hasta el cansancio para luego desgastarse en un sillón aún más consumido que él mismo, ha sido rutina durante un gran número de días, meses. Nada ha cambiado en su detestable vida. Quizás, es el deseo tan oculto, tan profundo, ese perpetuo deseo que lo persigue, aunque trate de ocultarlo en un rincón, el que llama el desastre a su vida. ¿Quería adrenalina? Ahora una bomba estallará.