21 parts Ongoing MatureEl aire está cargado de humo y pólvora, una mezcla asfixiante que se adhiere a mis pulmones como una maldición. Cada respiro es un recordatorio de dónde estoy, de lo lejos que queda la paz. El suelo bajo mis pies es un mosaico de barro, sangre y escombros, y el frío de la tierra mojada se filtra a través de mis botas, calando hasta los huesos.
Mis manos tiemblan, no sé si por el cansancio, el frío o el miedo. La varita en mi mano parece pesar una tonelada, aunque lo sostengo como si fuera una extensión de mi cuerpo. Mis dedos están entumecidos, la piel rota por el roce constante de la lucha. El olor metálico de la sangre, la mía y la de otros, llena el aire.
El ruido es ensordecedor. Explosiones en la distancia sacuden el suelo, pero lo peor son los gritos. Gritos de dolor, de órdenes, de desesperación. Gritos que no terminan, que se mezclan en un eco interminable dentro de mi cabeza. Quiero taparme los oídos, pero no puedo; necesito escuchar si algo se acerca, si alguien dice mi nombre, si el enemigo está más cerca de lo que creo.
En cada esquina, la muerte espera. La he visto tantas veces que su rostro me resulta familiar: en los ojos vidriosos de un compañero que hace horas respiraba a mi lado, en el silencio abrupto cuando alguien más cae. Intento no mirar, no recordar, porque sé que si lo hago, no podré seguir adelante. Pero es imposible no sentir el peso de las almas que dejamos atrás.
Las noches son las peores. La oscuridad lo envuelve todo, y cada sombra parece moverse, cada crujido es una amenaza.
A veces me pregunto cómo llegué aquí. ¿En qué momento mi vida se redujo a esto? A sobrevivir un día más, a contar los días que me quedan, a calcular si la próxima comida será suficiente para seguir adelante. Me aferro a recuerdos vagos, rostros que me esperaban en otro lugar, lejos de esta locura. Pero incluso esos recuerdos empiezan a desvanecerse, reemplazados por el constante zumbido de la guerra.