Una de las cosas que más increíble me parecía de la vida, o tal vez del destino, era lo difícil y caprichosa que podía volverse. Me robaba sonrisas y me robó el motivo de ellas. Me entregaba tristeza y dolor, cuando estaba en máximo punto de felicidad y me hacía perder algo en mis victorias. Una lucha constante, contradictoria e interminable entre lo que yo quería y ella me entregaba. La mayoría de esas cosas tan impredecibles que me desestabilizaban de una manera indescriptible, y entre cosas estaba ella. Ella que apareció aquel día en esa mesa de la cafetería sin que yo lo esperara o lo viese venir. Ella con su imagen siempre confiada, con tanta seguridad que tumbó por completo la mía. Ella que perturbó mis movimientos con sólo aparecer. Ella y su estúpida forma de sentarse, firmar o respirar con la cual me hipnotizó y yo jamás lo vi venir. No me dio tiempo. No pude, ni supe reaccionar ante aquel acontecimiento que no esperaba. No esperé que mi vida cambiara de la forma en la lo hizo, jamás estuve preparada para el inminente y hermoso caos que se volvió mi realidad después de conocerla. Pero es lo más increíble de la vida, con sus inicios tontos y finales sorpresivos ¿No es así? El tener un día un giro inesperado que te atrape, te absorba y tu sólo puedas respirar, cerrar los ojos y en contra de cualquier pronóstico, dejarte llevar.