La vida, la vida, la vida
Llena de perjuicios, inseguridades, estereotipos y dolor pasado.
Sufriendo por el dolor de aquel que fue lastimado, convirtiéndonos en personas rotas, sin sentimientos, ocultando el dolor en sonrisas tristes buscando algo de distracción que nos haga sentirnos vivos convirtiendo la vida en una penumbra, sentados en la oscuridad esperando que el pequeño destello débil de esperanza aumente su intensidad, mientras tanto solo queda ahogar gritos rotos, llorar en silencio cada madrugada esperando que el siguiente sea menos doloroso que el anterior, que posteriormente en la mañana seamos capaces de respirar con tranquilidad, ser suficientemente aptos de calmar aquellos demonios que transmiten ansiedad cuando todo va mal causando dolores de cabeza y una pesadez en el cuerpo incapaz de ser controlada por una persona vacía y frágil.
Adeline Miller, una estudiante que está a punto de cursar el último año de bachiller, viaja con su madre para celebrar su cumpleaños número dieciocho, camino de regreso a casa, sucede aquel accidente que cambió por completo la vida de la joven.
En el intento de superar aquel hecho, todo dará un giro inesperado, hundiendola en recuerdos dolorosos que intentará vencer para revelar toda la verdad. Tras aquellos sucesos, descubrirá que perdió a varios de sus seres queridos, haciendo que se sienta sola. Sin embargo, no esperaba encontrar en su camino a Ian Wayne y su grupo, apodados los SUPS, llenos de secretos, que en su momento serán confesados para ayudarla, dando a entender que ellos son su nuevo lugar seguro.
Los acontecimientos ayudarán a qué la pelinegra cumpla la promesa que alguna vez dejó en el olvido...
Porque el amor, la amistad y la fraternidad pueden con todo mal.
Samantha Rivera y María Victoria Arellano.
No tenían muchas cosas en común, sus edades eran distintas, sus maneras de caminar no coincidían y mucho menos la estatura. Nunca pensaban igual, tenían ideas muy diferentes y actitudes contrarias. María Victoria era dueña de si misma, Samantha era una chica insegura. Sus manos parecían ser hechas como piezas exactas para encajar una con otra, con los dedos entrelazados y mirando a la misma dirección.
Samantha era su pequeña.
Está historia no me pertenece, todos los derechos a su autor original.