Ambas miradas eran azules. Los ojos de ella reflejaban el mar: apacibles, puros, serenos. Los de él se asemejaban a una tormenta: tempestuosos, oscuros. ¿Qué tendrían en común dos personas tan diferentes como Beth Greene y Daryl Dixon? Absolutamente nada. Pero el era un alma herida, buscando sanación... y ella era la calma, la cura necesaria.
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