Amaba a Jimin, pues jamás me había hecho daño alguno, ni menos insultado; no envidiaba su oro; pero tenía en sí algo desagradable. ¡Eran sus ojos, sí, esto es! Se asemejaban a los de un buitre y tenían el color azul pálido. ¿Sería posible que no oyesen? ¡Dios todopoderoso! ¡No, no! ¡Oían! ¡Sospechaban; lo «sabían» todo; se divertían con mi espanto! Lo creí y lo creo aún. -¡Miserables! No disimuléis más tiempo; confieso el crimen. . . . Adaptación a la obra de Edgar Allan Poe.All Rights Reserved
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