Para Althea Obolensky, el amor estaba en la música, en la arquitectura, en el zigzagueo de su pincel deslizando el óleo sobre un lienzo. Para Tommy Shelby, el amor estaba en Nueva York, tan lejos de la desolación y el humo gris de su reino, como de él mismo. Ambos, sin embargo, tenían la idea equivocada. ¿Cómo iban a adivinar que el verdadero amor estaba a punto de encontrarles, el uno en el otro?