No me gusta dedicarme a la tristeza; simplemente parece que a veces viene e influye por completo en mí. Se queda para hacerme compañía permanente, me orienta, y a veces, me ayuda a peinar, desenredar y a sacar los diluvios que llevo dentro. Ella se dedica a mí, llora conmigo en silencio, me ayuda a acogerme entre las sábanas y almohadas, me consuela y me hace estremecer cada emoción, cada pensamiento. A veces viene siendo tan ella, ya sabes, con sus dudas, sus anhelos y en su espera (un poco de la formas en las que se va acercando poco a poco), una vez toma el control de mi cercanía me hace saborear la sal de su nombre, hace que irradie magia entre mis numerosas desdichas. Es bien ocurrente. Entonces acepto su compañía hasta que lentamente se va desplazando al lugar donde normalmente permanece, pero otras veces, aún cuando la tomo también, ella se empeña en quedarse conmigo y amablemente le digo que es tiempo de que se vaya, el cielo está despejado y es momento de ver el brillo de las estrellas, entonces permanece pero se oculta un poco esperando lista al momento en que las dudas se acerquen de nuevo.