No quería ir besando sapos, pero tampoco tenía fe en un príncipe azul.
Alguna vez pude haber soñado con enamorarme de sus ojos, ver en ellos galaxias por descubrir, destellos que parecieran estrellas, constelaciones con millones de formas, misterio y color donde otros ven sólo gris.
Encontrar a alguien diferente. Poder sentir que vas de Saturno hasta Marte. Vivir el pertenecer, entender que cuando más crees encontrarles, siempre es astronomía.
Porque cuando lo hallé, entendí que ambos estábamos a punto de colisionar.
Los recuerdos de mi infancia son los que más llenan mi memoria, recordándome el mejor momento de mi vida, siempre lleno de sonrisas, diversión y a pesar de que era demasiado joven para entenderlo; amor, después de un tiempo, esas cosas se fueron perdiendo y algunas personas que vivían en esos recuerdos, se fueron yendo, unas para siempre y otras no estaba segura si para siempre, pero justo ahora no me importaba si fuera así. No digo que mi vida sea trágica después de mi infancia, me encontré con otras personas maravillosas que me llenaban y me hacían feliz cada verano.
Llego el momento de ir a la universidad y decidí quedarme en ese lugar donde cada verano, era más feliz que cualquier época del año y volví a verlo, mi mejor amigo de la infancia, él era de esas personas que no sabía si volvería a verlo, allí estaba, obviamente ambos cambiamos, también lo vi primero que el a mí, en cierta parte el sentimiento de nostalgia no se fue tan lejos, por lo que estaba segura, que definitivamente él no me daba igual a como lo había pensado antes.
Aun así, todo se sintió como antes, incluso hasta algo mejor, algo bastante inexplicable y que no había pasado antes cuando éramos niños, justo cuando nos miramos a los ojos por primera vez.