Dos semanas llenas de preocupación, constantemente en el hospital. Ir y venir en un pasillo sin escapatoria, pero no solo de lo físico, también de mis pensamientos. De mis recuerdos.
Al verlo cruzar la puerta de la habitación corriendo, me quedo inmóvil, por un segundo siento que mi corazón se detiene, estoy respirando con dificultad. Pero aun así, me obligo a pensar que todo está bien.
Tiene los ojos muy abiertos cuando se acerca y me dice la noticia. Estoy sorprendida, y no noto cuando mis piernas automáticamente están arrastrándose hacia su habitación. Siento girar la manija de la puerta debajo de mis dedos, y me apresuro a entrar, entonces los veo. Se encuentra acostado en la camilla de hospital, aún con los cables y tubos sobre el pecho y el rostro. Los pitidos también siguen ahí, pero hay algo diferente, sus preciosos ojos gris-azulados brillan como nunca antes. Ha despertado.
Lo miro, y él me devuelve la mirada. No puedo estar más feliz en este momento, y lo primero que mis labios logran articular en un débil susurro es - "Despertaste".
Él sin vacilar, pero con un susurro rasposo y entrecortado responde -" No te
librarás de mi tan fácilmente".
¡PROHIBIDO ADAPTACIONES!