Nictofobia: o mejor conocido como el miedo a la oscuridad.
Cuando uno es pequeño, suele llegar a tener más de un miedo. Miedo a los fantasmas, a las alturas, a los espacios pequeños, a la oscuridad, a las arañas, a los payasos, etc.
Estos miedos pueden persistir y convertirse en fobias que te acompañan el resto de tu vida. Incluso cuando eres adulto evitas estar a grandes alturas; gritas cuando vez alguna araña; o acostumbras a dormir con una pequeña luz encendida.
Yo siempre me he considerado una mujer que no le teme a nada. Ni siquiera cuando era pequeña le temía a algo.
Yo, Veronica Lodge; siempre he sido esa niña, esa chica, esa mujer, que ayuda a los demás cuando estos se enfrentan cara a cara con sus más grandes miedos.
No diré que nunca he sentido miedo porque sí lo he sentido, pero nunca ningún tipo de miedo ha logrado tomar control de mí y de mi vida. Al final, siempre venzo ese miedo y sigo adelante, lista para apoyar a la siguiente persona que se encuentre cerca de mí y que sienta miedo.
Eso era así hasta que por primera vez descubrí que es lo que me aterra, lo que me roba el aliento y me paraliza el corazón. Hoy sé cual es mi más grande miedo: quedarme sola en la oscuridad.
Y no le temo porque me de miedo la oscuridad, en realidad me gusta mucho estar en la oscuridad, sin embargo, mi miedo va más allá de que un día se vaya toda la luz en mi casa y no pueda ver nada. Mi miedo en realidad se trata del temor que siento por algún día perder esa luz, esa gran luz que me ilumina en la oscuridad. Mi miedo trata no sobre la desesperación de no poder ver, sino sobre el horror que siento al pensar en no poder sentir esa luz. Mi miedo es el pánico que siento al pensar que mi luz ya no me ilumine a mí en medio de la oscuridad, sino a alguien más.
Mi miedo es perder a mi brillante y gran luz, Archie Andrews.
"Esté donde esté,
tú eres mi hogar,
tú eres mi luz."
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Tercera parte de "Esté donde esté"