No es información trascendental saber qué edad es la que tengo, pero tal vez pueda darte un indicio o tal vez no, al decirte que como toda persona lidio con muchas dudas existenciales, no sé de dónde vengo o hacia dónde voy, estoy en un punto muerto, es más, creo que yo soy ese punto muerto.
Me place decirte que soy una mujer, una mujer con virtudes y defectos como cualquier otra, con sueños que no se han cumplido, con frustraciones dignas de mi edad, con un círculo social enteramente reducido, los únicos amigos que hice, los hice en el Instituto, pero puede que sorprendan al saber que mi mejor amigo es una tumba, sí, eso, una tumba, a pesar de que sé que no me escucha, es más de lo que me escucharía cualquiera, es más de lo que me diría cualquiera, es más de lo que me comprendería cualquiera, incluso yo misma.
¿Y el amor?
El amor para mí es lo mismo que un caso perdido. En ese aspecto ni siquiera yo sé cómo definirme, ¿Novio? No. ¿Amigo con derecho? Mucho menos. ¿Un peor es nada? Definitivamente no. Pero a pesar de no tener a nadie en ese aspecto me pregunto, mucho ¿Si alguna vez siquiera he amado a alguien de esa forma? La respuesta es... No lo sé, lo que es mucho peor a tener una respuesta clara de sí o no.
Me amo a mí misma, de eso no tengo la menor duda y soy privilegiada al hacerlo, no todos se profesan amor a sí mismos y se valoran, yo lo hago, y mucho, hasta llegaría a decir que narcisista y ególatra, orgullosa también.
Pero mentiría si dijera que nadie ha pasado por encima de mi orgullo, aunque me cueste admitirlo, más de uno lo ha hecho. Y de qué maneras.
Pero la cuestión aquí es que, entre más al fondo voy, mientras más me adentro en mis pensamientos, en mis emociones... en mi alma, más confundida me siento acerca de mí misma. No me encuentro lógica alguna, ni pies, ni cabeza, ni principio, ni fin, ni sí, ni no, ni sinónimo o antónimo. No soy un igual, pero tampoco un distinto, ya ni sé quién soy. Así
Samantha Rivera y María Victoria Arellano.
No tenían muchas cosas en común, sus edades eran distintas, sus maneras de caminar no coincidían y mucho menos la estatura. Nunca pensaban igual, tenían ideas muy diferentes y actitudes contrarias. María Victoria era dueña de si misma, Samantha era una chica insegura. Sus manos parecían ser hechas como piezas exactas para encajar una con otra, con los dedos entrelazados y mirando a la misma dirección.
Samantha era su pequeña.
Está historia no me pertenece, todos los derechos a su autor original.