No tenía una vida de fiestas pero no se quejaba, al menos no mucho. Había terminado la universidad y ahora su trabajo pagaba mejor de lo que hubiera esperado, solo tenía que asegurarse que su jefe comiera, recordarle sus obligaciones, hacer de mensajera, vigilarlo, obedecer sus ordenes, seguirlo a todas partes con una sonrisa y así, a veces cuando se encontraba de buen humor, él la premiaba con una galleta. Era un perro. Un puto perro...