Damián siente que sus piernas y garganta arden, su nariz está casi congelada debajo de su pañuelo que cubre la mitad de su rostro, y cada 5 pasos se tropieza. Pero nada de eso lo detiene, necesita escapar. Comienza a ver la silueta de algo inmenso, algo que se alza ante él; lo asusta, pero luego le da un sentimiento distinto, como si algo lo llamara y lo que más desea es poder llegar hasta ahí.
El bosque, El gran bosque al que todos le temen. Desde pequeño ha sido advertido que jamás se acerque a él, que nadie ha vuelto, que se escuchan gritos espantosos en las noches, que se han visto criaturas voladoras y un sin fin de cosas. Él sabe que todo es cierto, pero también sabe, y mejor que nadie, que lo desconocido no es precisamente malvado. Que algunas veces te puede aceptar y comprender incluso mejor que todo a lo que estás acostumbrado.
Cada vez está más cerca del inmenso arbolado y una sensación lo recorre de pies a cabeza. Escalofríos ¿miedo? No. Emoción. Está ansioso por adentrarse y conocer las maravillas que probablemente lo habitan. Mientras más se acerca comienza a disminuir la velocidad, respirando cada vez más profundo para así tratar de ganar valentía. De pronto, una gran luz explota desde el centro del bosque y sale disparada en una línea hacia el cielo nocturno, completamente en silencio.
Ese será su nuevo destino.