Altagracia ha cargado en silencio con la infidelidad e indiferencia de su esposo Octavio. A través de los años ha aprendido a disfrazar su infelicidad y a reprimir sus más anhelantes deseos por su hijo Francisco. Al haberse convertido en una joven madre a sus apenas dieciséis años, y verse obligada a unir su vida a ese hombre que le doblega la edad, fue el detonante a que su vida diera un gran giro. Ahora que su hijo es un adulto, ha decidido ir en busca de su propia felicidad. Dicen que la venganza mata el alma y la envenena, pero ella está dispuesta a darle a probar del mismo trago amargo a ese hombre ingrato que tan mal le pagó.