La maldad desatada en la tierra había surgido junto con el príncipe de los ejércitos celestiales que había caído a la tierra siglos atrás, erigiendo su imperio en las socavaciones de la profunda corteza, dominando a los impíos, castigando los pecados, las tres cuartas partes de sus soldados celestiales lo siguieron voluntariamente al destierro, proclamándolo como su rey, decidiendo ser seres arrastrados por la oscuridad que emanaba su firme potestad, pero incluso el rey de aquellos ejércitos demoniacos quería divertirse un poco, ¿ Por qué no molestar a los que una vez lo expulsaron de las alturas?, después de todo su admirable poderío igualaba en tempestad con el de quien lideraba los suaves y luminosos cielos, quería y podía hacerlos enojar, había sido lo suficiente poderoso para erigir un mundo de la nada, para conseguir seguidores inmortales, incluso mortales de los que habían seguido antes la luz celestial, encomendó a su fiel servidor demoniaco y pidió irrumpir en el paraíso, quería al arcángel más puro de sus atrios, uno para torturar y enviar de regalo su angelical piel desollada envuelta en escombros del infierno, eso desataría una guerra, claro que lo haría, y ese era su objetivo, dañar a su miembro más incorruptible, más casto, para que los cielos y sus gobernantes ardieran de rabia, al darse cuenta que el ser de oscuridad había masacrado a un dulce miembro de su corte, y es que sus venas ardían al imaginar los gritos de súplica del alado arcángel mientras el rey de la maldad arrancaba su piel, centímetro a centímetro.