Acerqué las manos al bolsillo pequeño de mi mochila. De allí saque lo que necesitaba para lo que tanto ansiaba. Sin pensar en las consecuencias que esto provocaría, acerqué la hoja afilada de la navaja a mi delgada muñeca. Con toda la rabia y frustración que sentía apreté el artilugio con fuerza deslizandolo por mi muñeca. Pero no solo una vez, sino, varias. Hasta que sentí un dolor tan agudo que hacia olvidar lo que sentía por dentro, no paré. Notaba como la sangre se derramaba en el suelo y mis parpados se cerraban. Mi tiempo había llegado. Antes de quedar completamente sin sentido pude apreciar unos gritos de susto y horror. Y después de eso me quede profundamente dormida en un sueño del que nunca despertaría. O eso pensaba yo.