Debería haberse preocupado; debería haberse preocupado por algo. Era su trabajo: su destino. Un destino de empatía, desinterés y heroísmo, pero aquí estaba, un sentimiento de vacío distorsionando su mente, un sentimiento que siempre había estado allí, que se había acostumbrado a ignorar. Ignorarlo siempre funcionaba, pero había ganado en prominencia. Un grito de consuelo resonaba en sus tímpanos, y el cedió. Seguramente desaparecería si lo aceptaba, determinaba una solución y la ponía en marcha.
No fue hasta que se sentó que se dio cuenta de cuánto había, y la sensación actuó como una fuente, no como un camino de un solo sentido. Continuó dando vueltas a través de él, sin calma en una tormenta de confusión y apatía creciente. Ningún análisis de las circunstancias estaba conduciendo a algo que él mismo o otros habían arraigado para considerar positivo.
Dream estaba jodidamente harto de ser ese guardián que su origen lo había etiquetado.
Gi-Hun busca acabar con los Juegos, pero no sabe que In-Ho, el hombre tras la máscara, arriesga todo para protegerlo. Entre la tensión de los retos y las miradas, ambos se acercan peligrosamente, atrapados entre el deseo, los secretos y un sentimiento que podría destruirlos.