Guido estaba seguro que podía ignorar el cosquilleo en su pecho cada vez que veia al nuevo inquilino de la casa Marcovaldo. Pero no podía ignorar las malas acciones que cometió bajo la tutoría del matón de turno. Alberto tenía razones para odiarlo. Sin embargo, Guido no sabía que el corazón de Alberto siempre fue enorme y jamás pudo odiar a nadie.