En una isla olvidada de Corea del Sur, el año es 1958. Un crimen brutal sacude la tranquilidad del lugar, atrayendo al sargento Oh Sehun, un hombre marcado por la rigidez del deber. La escena es aterradora: un cuerpo mutilado yace entre los árboles, en medio de la espesura, como si la naturaleza misma se hubiera vuelto cómplice del horror.
Lo que comienza como un simple caso de homicidio pronto se convierte en una obsesión. El crimen, con su crueldad indescriptible, se incrusta en la mente del sargento, devorando su cordura poco a poco. Cada pista, cada detalle sangriento lo arrastra más profundo en un abismo del que no sabe si podrá escapar.
Pero mientras él se pierde en su búsqueda de justicia, a lo lejos, entre las sombras, un hombre observa. Su mirada fría y susurros invisibles trazan un macabro deseo. La escena del crimen lo alimenta, despierta en él una fascinación malsana. El calor de su perversión crece como un fuego oscuro, deseando arder con más intensidad.
Y así, la cacería comienza: uno busca justicia, el otro ansía consumar su más oscuro anhelo.
El deseo y la fascinación están creciendo en él, provocando un ardor en su corazón ante el anhelo de cumplir sus perversiones.
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