William, un lector encerrado en la monotonía de sus pensamientos y el olor a nicotina que desprenden sus incontables cigarrillos, se da cuenta que sigue enamorado de aquel chico de ojos verdes cuya alma logró cautivar. Decidido a conquistar a Edward, William empieza a escribirle cartas anónimas, donde le expresa todo aquello que su inseguridad al rechazo le provoca. Por otro lado, Edward, aburrido del agobiante círculo vicioso donde se cansa de pedir a gritos silenciosos ayuda, se ve cautivado por aquellos ojos azules que lo miran con el mismo anhelo. Llenos de miedo, inseguridad, depresión, ansiedad y adicción al insufrible alcaloide, ambos se ven perjudicados por la abstinencia de sentir amor. Edward se siente incomprendido, y William ya asumió eso que entre tantos pensamientos ajenos se presenta, la negación del creer merecer amor recíproco. Nadie les dijo que una mirada podría describir más de mil poemas olvidados.