El plan era simple: Ganar los juegos y salir con el dinero. Pero existieron muchas cosas que no precipité cuando acepté la tarjeta de aquel hombre con traje: El pago que conllevaría el perder, lo que por consecuencia me haría valorar por primera vez mi propia vida. Conocer personas que ni siquiera sabía si podía llamar amigos, pues el que te traicionaran siempre fue una posibilidad... Y el haber cometido la estupidez de enamorarme de un hombre que me doblaba la edad. Y peor aún, era uno de los jugadores. Porque todos saben que cuando tu vida depende de un hilo, donde la muerte vestida de rojo esta a la vuelta de la esquina, enamorarse es una terrible idea. Especialmente cuando el confiar puede costarte la vida...