Nunca había hablado de esto con nadie. Siempre lo había guardado para mis adentros pero, esta noche hay algo en mí que me obliga a contarlo todo. Siéntense y relánjese. La historia es larga. Comenzaré diciendo quién y cómo soy. Me llamo Celia Brenes y tengo 23 años. Mi infancia siempre ha sido alejada de todo lo malo que puede hacer el ser humano: violencia, alcohol, drogas y... sexo. Gracias a mis padres cogí miedo a todo aquello, sobre todo al sexo, ya que, las otras cosas no las viviría si no quería pero, el sexo llegaría a mi vida tarde o temprano. Demasiadas enfermedades de transmisión sexual y hombres únicamente centrados en el sexo, éstos eran dos de mis pensamientos más comunes desde que tenía trece años. Nunca imaginé el momento en que perdí la virginidad. Aquel día tan temido pero a la vez tan deseado con mi primer amor. Sabía que dolía, y eso me hacía esquivar el tema de sexo, pero en realidad quería experimentar cómo era, qué nivel de dolor sentiría, qué nivel de gusto notaría, qué vendría después... Con mi primer novio de los 14 años no tuve buena experiencia y me di por perdida, pensando que el sexo no era para mí. Sin embargo, llegó otro chico que me abrió puertas ocultas por donde escaparon todos los miedos del pasado; puertas que no volverían a cerrarse; puertas que siempre querían tanto que yo ya ni siquiera sabría hasta qué punto; puertas que me harían experimentar deseos y fantasías; puertas que me harían vivir como nunca durante un tiempo indeterminado... Las puertas del placer.