Amalia acababa de cumplir veinticinco años, de separarse de una relación unilateral, de retomar la universidad... y de despedir a su abuela. Era quizás, eso último, lo que más le había dolido en la vida. Sin embargo, la Abuela Nora no se marchó sin antes haber dejado un último regalo: una finca de campo para cuidar, un perro gordo que mimar, y las cartas que había intercambiado con el hombre que más amó en su vida. Lo que antes para Amalia parecía un sinsentido, pronto se volverá una historia que desentrañar; repleta de secretos ocultos en las paredes más robustas, en las esquinas más oscuras, en el verde del campo, en la arena de la costa y en lugares al otro lado del globo que jamás imaginó durante la lugubridad de la Segunda Guerra Mundial. De un momento a otro, Amalia se dará cuenta que la vida de su abuela albergaba mucho más que las risas de la infancia, el olor a tartas de los domingos y las caricias maternales que añoraba con el alma. Fue imposible no preguntarse, «¿Quién era la abuela Nora?»
Las votaciones del año 2036 son algo que no me emociona, ya que los candidatos, a mi parecer, no valen la pena, en especial Alejandro Villanueva, aquel chico que se burlaba de mí por mi sobrepeso y al que ahuyenté cuando decidí defenderme. Mi encuentro con él y mi comentario imprudente en la fila para votar es el inicio de una propuesta que no puedo rechazar, así como tampoco puedo negar la profunda atracción y el inmenso deseo entre los dos.
De la noche a la mañana me he vuelto la futura dama y también he descubierto que soy la obsesión del presidente.