SELCOUTH

Las heridas más fuertes siempre serán aquellas que no se encuentran a simple vista. Son intrigantes, explosivas y doloras a más no poder, como si hubiese algo que desgarra todo nuestro ser desde adentro, y no te das cuenta de que has tocado fondo cuando finalmente te consume. Y en un mundo repleto de máscaras nadie se va a detener a mirar en la tuya cuando lo más importante para los otros es saber sostener su propio disfraz. Pero cuando intentabas hacer una Grand Jeté y tropezabas contra la madera del escenario o la vida, el maquillaje de los hematomas se deshacía y eras débil, porque así era cada paso de baile, cada movimiento y cada día: se trataba de arriesgarlo todo, estar constantemente en la cuerda floja y luchar por no caer.
Y quizá cuando caes solo esperas desde lo más profundo no estar sola, porque por más que uno quiera, necesitamos del otro para existir. Y Betty estaba a punto de rozar contra el suelo por segunda vez.
Empezar de nuevo era escribir una página en blanco en la vida de alguien. Al igual que escuchar una canción por primera vez y estar abierto a cada posible nota y silencio que pudiese cruzarse por los oídos, al igual que un pleno campo de juego en un partido de baloncesto. Tan terrorífico y esperanzador a la vez. Porque quizá, querer escapar de los tonos monocromáticos de la poca tierra conocida y dejarse llevar podría ser lo necesario para dejar de existir y empezar a vivir.
Y quizá dejarse llevar también podría significar caerse, lastimarse y llegar a lo profundo. Pero Marco sabía que era un riesgo.
Y quizá dos humanos con el corazón roto dándose una mano para llegar hasta la superficie y seguir con el baile de la vida y la victoria, un puñado de recuerdos congelados en el tiempo, sonrisas cómplices, lágrimas esperanzadoras y abrazos eternos no sería tan malo, ¿o sí?